Entrar a una tienda de mascotas en la infancia puede convertirse en algo mágico, pero entrar a la misma siendo un adulto, y habiendo podido ver a la mayoría de esos animales en su hábitat natural, convierte la experiencia en una tortura para la vista y el alma. Y la tortura lleva a la muerte cuando se ve a tanto publico para ese tipo de negocios, y no solo niños inocentes sino grandes estúpidos comprando diez pajaritos en una jaula de 30x20.
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